EL MUNDO DE TODO LO ARTÍSTICO (CUENTO)

“El mundo de todo lo artístico” era el nombre de la academia de danzas, teatro, música y artes plásticas fundada en la antigua mansión del señor Manti, lindera al internado de señoritas “El Sufrimiento”. Los salones de la casa funcionaban como aulas, y en los días soleados también podían usarse los jardines, cuya visión edénica resultaba estimulante. En el corazón de la gran casa, el museo temático consagrado a la memoria de la Teta Manti, la bellísima, talentosa y malograda hija del señor Manti podía ser visitado por los alumnos cuantas veces quisieran en busca de inspiración y ejemplo.
A ese lugar llegó una mañana Martha Diógenes, con su valijita de cartón, sus anteojos de carey y su pelo negro y crespo cortado en carré.
-¿Qué quiere?- le preguntó Paola Carricarte, la secretaria, cuando la vio aparecer en la recepción. No dejó de pintarse las uñas ni apartó la vista de la revista que estaba mirando. Nadie lo sabía, pero su objetivo era entrar al libro de record Guiness como la secretaria más antipática del mundo.
- Quiero aprender danza- dijo Martha con timidez
-¿Qué tipo de danza?
_Árabe.
-Usted es muy fea para bailar árabe
-No me importa. Yo quiero aprender
- ¿Qué edad tiene usted?
-Treinta y cuatro
-Ya es vieja.
- No importa. Yo voy a pagar.
-Bueno, como quieras. La matrícula sale quinientos dólares y las cuotas cien dólares por mes.
-Está bien. Pago
Martha abrió su valijita de cartón, sacó una carterita de plástico, la abrió y sacó la suma requerida. Paola Carricarte no tuvo otro remedio que matricularla.
Martha salió de la recepción, atravesó un pasillo, salió a un patio, que comunicaba con varios jardines y empezó a recorrerlos. Era un lugar mágico. Bajo los árboles, junto a los macizos de flores, nutridos grupos de personas pintaban, tocaban instrumentos o declamaban. Carteles señalizadores indicaban las distintas áreas: zona de artes plásticas, zona de música, zona de teatro, zona de creación literaria. Las paredes estaban decoradas con murales o pintadas con colores vistosos y contrastantes. Sobre las puertas de los salones, carteles primorosamente trabajados en madera o cerámica, anunciaban las clases que allí se dictaba y el nombre del profesor. En uno de ellos, Martha leyó: “profesora Mariluz Hassan, danzas árabes”. Empujó la puerta y la embriagó un intenso olor a sándalo y una música pegajosa. Era una estancia amplia, bien iluminada, con piso de madera sobre el cual se movían siete mujeres envueltas en tules de colores vivos. Martha se quedó embelesada contemplándolas. Eran altas, eran hermosas, eran soberbias. Eran fascinantes.
-¿Qué quiere?- la voz áspera de la profesora la sacó del éxtasis. Sólo entonces reparó en ella. Perdida en el conjunto de las odaliscas parecía igual a ellas, pero vista de cerca se veía mucho mayor. Cesada la música el encanto parecía roto y las diosas orientales que encantaron a Marta empezaron a parecerse a mujeres comunes y corrientes con ropa rara. Algunas corrieron a los rincones y encendieron cigarrillos, que fumaban en grupo mientras reías, y cuchicheaban mirando a la recién llegada.
-¿Qué quiere?-volvió a repetir la docente en tono nervioso. Mariluz ya estaba en el libro de los record Guiness como la profesora de danzas más desagradable del mundo. Habría frustrado la carrera de Eleonora Casanno si hubiese tenido la oportunidad.
-Vengo a aprender danzas árabes-
-¿Vos? – Marilúz estalló en una carcajada sardónica que contagió a varias de las alumnas –vos no podés bailar ni la jota, querida. Sos fea, gorda, petisa y retacona. Además debés tener como cuarenta años. Andá al taller literario, mejor. O al de teatro, allá siempre necesitan fenómenos extraños.
-Ya pagué
-¿Paola te matriculó? Está cada vez más tarada esa chica. Seguro que estaba pintándose las uñas, y ni te miró. Bueno, Ahora quedate por acá y mirá la clase. No toques nada. Mañana veo que puedo hacer. Comprate un traje de odalisca, ni pienses que voy a dejar que uno de los míos toque esa piel horrorosa. Lo tendría que quemar y están muy caros. ¡Vamos, chicas, terminó el descanso!
Rápidamente, todas las bailarinas volvieron a sus puestos, se reanudó la música y volvieron a empezar la misma coreografía. Desilusionada, Martha Diógenes de deslizó hasta el vestuario. Allí, junto a las duchas, atisbó un baúl semiescondido. Lo abrió y, entre miles de retazos de tela, encontró unos delicados tules de color rosa. Tuvo tiempo de quitarse su ropa y ponérselos, formando un traje de odalisca como los que mil veces había visto en videos de Youtube.
Abrió una puerta lateral y salió a un patio interno, al cual llegaban los acordes de la música del salón. Allí, creyendo que no tenía más testigos que las paredes, el cielo y unas latas oxidadas en un rincón, Marta bailó. Lo hizo con un instinto atávico, con una memoria tal vez recobrada de otra vida. Con cada compás Martha se fue despojando uno a uno de los tules que la cubrían los cuales volaban llevados por el viento que ese día y en ese patio, por el entubamiento, se hacía particularmente inclemente. Cuando la música cesó, Martha se encontró completamente desnuda y sin posibilidad de recuperar su ropa. Sintió frío.
Paola Carricarte vio desde la ventana de su oficina un retazo de tul rosa enredado a las ramas de un árbol, flameando como una bandera. “Qué mierda pasa acá, pensó” y, de mal humor, se encaminó a la clase de Mariluz
-Che, Mariluz, si se van a poner a hacer streap-tease, por lo menos cuídense de que no anden los trapos volando por ahí. Al final, más que una academia de arte esto parece un cabaret
-¿De qué me hablás, loca de mierda?
-De esos trapos rosas, que andan volando
-¿Vos te parece que vamos a salir a ensayar afuera con esta ventolina? ¿No ves que estamos todas acá, pelotuda? Pará… ¿dónde está el esperpento que me mandaste hoy?
Iluminada por un súbdito relámpago de comprensión Mariluz salió al vestuario, seguida por Paola, vio el baúl abierto y siguió hacia el patio. En un rincón las dos mujeres sorprendieron a Martha Diógenes, toda agazapada para protegerse de la vergüenza y el frío sin otra indumentaria que sus anteojos de carey.
-¡Qué asco, mirala a esta hija de puta, en bolas!
- ¿¡Qué hiciste con mi traje de tul, desgraciada!?
Ciegas de furia, Paola y Mariluz se precipitaron sobre Marta y empezaron a golpearla con ferocidad. En el colmo del paroxismo, Mariluz tomó una baldosa suelta y la estrelló contra la cabeza de su víctima, que quedó inconsciente, sangrando y llena de hematomas con los cristales rotos de los anteojos incrustándosele en los ojos.
_La mataste, boluda- dijo Paola- Todas esas pastillas que tomás para adelgazar te ponen muy loca
_¿Yo? Vos también estabas
_Pero yo no le pegué tan fuerte
-Ah no…
-Igual, mejor rajemos antes de que venga alguien.
Marta Diógenes pasó los siguientes meses internada en un hospital de alta complejidad, primero en coma, después en rehabilitación. Cuando recobró la conciencia, su hermana Claudia le acercó un regalo que había llegado para ella. Se trataba de una caja de forrada en papel celofán, en cuyo interior se podía ver un tul rosa enrollado primorosamente alrededor de una rosa. En una tarjeta sin firma, estaba escrito con primorosa “Otra rosa envuelta en tules, pero no baila como usted”.
_ ¿Quién trajo esto, Claudia?
_ Un muchacho. No dejó pasar un solo día sin venir a verte.
-¿Quién es?
-No sé. Dice que te conoció en la academia. Está bueno. Así da gusto que te golpeen hasta casi matarte, hermana. A propósito. ¿Quiénes te hicieron eso? La policía está esperando que te pongas bien para tomarte declaración.
_No voy a denunciar a nadie.
_¿Estás loca? Mirá como te dejaron.
_Ya pasó.
_¿Cómo que pasó? Vas a tener que hacer rehabilitación durante meses, Martha. No sabemos si vas a quedar con discapacidad.
-Mejor, así cobro una pensión.
-¿Y tu sueño de bailar árabe? ¡Si con suerte vas a poder caminar!
-No importa. Ya bailé. Par mí fue suficiente.
-Pero no te vio nadie!
-Me parece que alguien me vio- respondió distraídamente Martha acariciando el suave tul rosado que envolvía a flor.
El autor del misterioso regalo se presentó al otro día, con un ramo de azucenas y una caja de bombones finos. Se llamaba Abdul Khan y era albañil. Le contó que estaba trabajando en la azotea del Colegio El Sufrimiento cuando uno de sus compañeros señaló un trozo de tela rosa que pasaba volando unos centímetros sobre sus cabezas hasta quedar enredado en unos cables. Corrió hacia él y lo desenredó. Cuando lo tuvo en sus manos lo olió y percibió un aroma a mujer embriagador, que le detonó la cabeza. Estaba imaginando la belleza y la frescura del cuerpo que había cubierto ese delicado tul cuando vio volar otro pedazo de tela. Siguiendo su rastro, Abdul y sus compañeros corrieron a lo largo de la azotea, treparon a un paredón, se encaramaron sobre un techo y, desde ese punto de observación, vieron a una bailarina solitaria en un patio vecino. Abdul permaneció indiferente a las risotadas de sus compañeros y ni siquiera escuchó los comentaros del tenor de “escracho”, “bagarto” y “gorda horrible”. Esa danza que lo conectaba con sus raíces lo sumía en un grave embeleso y la danzarina anónima le parecía perfecta. Ni siquiera sintió cuando sus compañeros se alejaron y lo dejaron solo para contemplar la indómita desnudez de su odalisca primero y la terrible golpiza que sufrió a manos de dos mujeres después. Abdul no atinó a hacer nada. Simplemente, se alejó, juntó sus herramientas, tomó el rectángulo de tul. Se lo llevó a la nariz una vez más, lo guardó entre sus pertenencias, se despidió de sus compañeros y se fue. Una vez en la vereda, llamó a una ambulancia desde su celular.
Desde ese día, la bailarina misteriosa se convirtió en una obsesión para él, y no descansó hasta dar con ella. Y ahora que la tenía frente a sí le declaró la intención de convertirla en su esposa.
_Pero yo soy muy fea
_ Para mí es bellísima
-Pero estoy desfigurada
_No me importa.
-No creo que pueda volver a bailar
-Con contemplarla una vez me bastó
-¿Usted es árabe?
-Soy saudí. Vivo hace años en Argentina. Su danza me hizo recordar a las mujeres de mi tierra.
-¿No le importa que yo no sea árabe?
-No. Pero me gustaría que adoptase la fe del Profeta
-¿Me está pidiendo que me convierta al Islam?
- Ese es mi deseo
Martha aceptó. Ni la política ni la religión le habían interesado nunca demasiado y pensó que le sentaría bien el hiyab. Su cara nunca había sido linda, y ahora iba a estar por siempre surcada por cicatrices horrendas.
Cinco años después, se celebraron los diez años de existencia de “El mundo de todo lo artístico”. Estaba programada una muestra gigante como parte de los festejos.
Mariluz Hassan caminaba de una punta a la otra de la academia, fumando sin parar y gritando histéricamente. Estaba a cargo del espectáculo de danza, y quería que todo saliera perfecto. Había estado ensayando con sus mejores chicas durante meses, mientras que a las otras se las había ido sacando de encima. Esa noche, si todo salía bien, iba a ser su consagración como coreógrafa. Había invitados destacados, entre ellos varias delegaciones diplomáticas de distintos países de Oriente Medio.
Por eso, a nadie le llamó la atención la mujer con burka negra que se sentó discretamente en la última fila. Por otra parte, era solo una silueta: en la oscuridad del salón, en la que todo el mundo estaba pendiente de los movimientos de las artistas en el escenario, apenas se la notaba.
La presentación transcurrió sin novedades y fue un éxito. El público aplaudió de pie mientras Mariluz, al frente de su compañía, saludaba con una inclinación gozando de su momento de gloria.
Le duró poco.
La mujer de la burka se levantó, avanzó y con un rápido movimiento sacó de debajo de sus vestiduras un obús lanzallamas que disparó contra el escenario. En un segundo, la coreógrafa quedó convertida en una bola de fuego aullante, que corría por todos lados ante la confusión y el pánico generalizados. La gente asustada se alejaba de ella en vez de ayudarla. En su carrera atontada, prendió fuego al telón del escenario.
Aprovechando la confusión la incendiaria se escabulló rápidamente y buscó la secretaría, en la cual Paola Carricarte, ignorante de todo, escuchaba música. Con otro disparo de obús, la dejó carbonizada mientras la oficina ardía rápidamente.
Al otro día, todos los diarios hablaban acerca del misterioso atentado terrorista en la academia de artes “El mundo de todo lo artístico” en el cual perdieron la vida dos personas y se produjeron cuantiosas pérdidas materiales. El señor Manti evitó hacer declaraciones a la prensa. Muchos analistas lo relacionaron con el espectáculo de danza árabe que se estaba ofreciendo, especularon que algún grupo radicalizado musulmán podría haberlo tomado como una banalización de su cultura. Nadie se acordó de la anónima feúcha que había llegado un día a la academia y no había tomado ni media clase. Nadie se acordó de cómo Paola Carricarte y Mariluz Hassan la habían maltratado.
“Nunca se dieron cuenta de que fui yo” dijo la señora Zoraida Khan a su esposo Abdul en la avioneta que los transportaba sobre el Atlántico. Él le dijo que no importaba, que Alá sabía todo y que era ella el más valiente soldado del ejército del Profeta. Como fuere, era otra persona muy distinta de la tímida Martha Diógenes, quien llegara una mañana a “El mundo de todo lo artístico”con su valijita de cartón, sus anteojos de carey y su pelo negro y crespo cortado en carré.

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