HERNÁN Y LOS NEONAZIS (Cap. VIII, "Los elegidos II")
-¿Flaco, vas a seguir sacándote fotos o vas a entrenar? –preguntó Andrés con un dejo de furia en la voz.
Hernán pareció percatarse que estaba pasando los límites de la prudencia con las “selfies”. Se había sacado como cinco seguidas, en distintas poses. En realidad, lo que le interesaba era capturar, en el fondo, las imágenes de algunos concurrentes que le interesaban. En particular, la de ese gordo que – desde que él había arrancado- venía todas las tardes, y no a entrenar. Se quedaba a charlar con Andrés y a veces con su hermano, Raúl. Se iban a un rincón, o a veces a la estancia contigua. Varias veces Hernán había tratado de acercarse disimuladamente, fingiendo buscar un disco o una pesa; o simplemente tomar aire para escuchar retazos de la conversación… y varias veces había oído palabras alarmantes como“ideología de género”, “Nuevo orden mundial”, “femibolches”, etc.
- Disculpá, es que mis amigos no me creen que vengo al gimnasio- trató de disculparse risueñamente Hernán. Andrés no respondió nada y lo miró con cara de culo. Mejor así. Mejor que lo considerara un puto boludo antes que sospecharan de sus verdaderas intenciones. Porque entonces, quién sabe lo que podría pasarle.
Con ellos no se jodía. Lo había tenido en claro desde el primer día. Cuando entró al gimnasio, lo encontró desierto y tuvo que atravesar el primer salón y salir al segundo, donde estaban entrenado boxeo. Se quedó un momento mudo, ante el espectáculo de diez jóvenes en cueros, tirándose golpes, pegándole a las bolsas o haciendo flexiones. El gordo, con remera y jean, tomaba mate en un rincón. Raúl, que estaba dirigiendo el entrenamiento en ausencia de Andrés, autoritariamente, frenó a todos con un gesto.
-¿Qué buscás?- Ni siquiera lo saludó. “Arrancamos mal” pensó Hernán.
-Este…quiero averiguar para entrenar.
-Quiere entrenar- dijo Raúl socarronamente, -Miren muchachos, quiere entrenar con nosotros- una risotada recorrió la sala- Che, ¿en serio querés ponerte los guantes?… mirá que te tengo que hacer firmar un papel que diga que renunciás a demandarnos si quedás parapléjico o bobo… y a tu familia, por si te morís- otra risotada sardónica sacudió la sala.
Hernán tragó saliva. Estaba preparado para lo peor, pero no esperaba semejante hostilidad. ¿Lo conocerían de algún lado? Había procurado vestirse con ropa de deporte lo más convencional posible, dejar de lado las estridencias y los colores chillones que tanto le gustaban y, por supuesto, había dejado su pañuelo verde en casa ¿Pero no lo habrían visto alguna vez en la calle, o en alguna marcha?
- Este… no, boxeo no… yo quiero hacer fierros.
Interumpió Sergio, más conciliador.
- Mirá esto es un dojo, a los fierros los tenemos de complemento… no tenemos máquinas sofisticadas… además, no hay un instructor que pueda guiarte, veo que recién empezás… ¿Nunca hiciste nada, no?... acá a tres cuadras hay un gimnasio con todos los chiches, van minas (hubo unas risitas, y Hernán no pudo distinguir si se lo decía sinceramente o para humillarlo)... ahí te va a ir mejor.
- No puedo pagar ese gimnasio… no importa, yo me las arreglo.
-Mirá- retomó Raúl- acá entrenan guerreros ¿Entendiste? Para entrenar acá hay que tener muchas pelotas. No podemos estar atrás tuyo para explicarte todo o cuidarte de que no te lastimes con una pesa. Así que mejor andate y anotate en pilates, yoga o alguna de esas cosas.
En ese momento, llegó Andrés proveniente de la calle y preguntó que sucedía. “Quiere entrenar acá” dijo Raúl señalando despectivamente a Hernán con el mentón “le dije que es imposible, pero insiste, el muchacho”
- Solamente fierros. No voy a pedir ayuda- dijo Hernán en tono de súplica.
- Son 500 pesos por mes. Si los tenés, podés arrancar hoy
- Ah…muchas gracias… no, hoy no traje plata. Vengo mañana.
Hernán abandonó el gimnasio como escapándose.
-¡Andrés, por qué le dijiste a ese puto que podía entrenar acá!
- Boludo, te escuché lo que le decías. ¿Vos que carajo te creés, que tenemos una beca? Hoy fui a pagar la luz, el gas y el alquiler. ¿Sabés cuánto nos quedó? Cero. En cualquier momento tenemos que bajar la cortina. Si quiere venir Oggi Junco a entrenar y paga, más vale que lo atiendas bien. Necesitamos la guita. Acá hay varios que deben la cuota y se hacen olímpicamente los boludos- dicho esto recorrió el salón con la mirada y varios bajaron la vista.
-¡Vos sabés que odio a los putos! ¡No me podés obligar a hacer de personal trainer de un putito por cinco gambas roñosas!- rugió Raúl
-Muchachos… ¿Me permiten intervenir? -la voz del gordo Garcillón, que hasta ese momento se había mantenido callado, sonó extrañamente conciliadora- Yo creo que hay que ser estrategas. El lobby LGBT usa asquerosamente el dinero de nuestros impuestos para financiarse. Nosotros bien podemos usar el dinero de uno de ellos para que uno de nuestros guerreros pueda entrenar sin problemas. Los putos tienen mucha guita, piensen que la Asociación Internacional de Gays y Lesbianas tiene más presupuesto que la ONU. Nuestros guerreros son hombres del pueblo, hombres de trabajo. Raúl, pensalo así. Él cree que te puede convertir en su personal trainer con su dinero, pero vos vas a usar su dinero para formar a los guerreros que van a combatir su libertinaje.
Raúl pareció calmarse y aceptar el argumento.
- Terminen con el entrenamiento y arrancamos con la clase. Hoy vamos a seguir hablando del Nuevo Orden Mundial.
Mientras tenía lugar esta charla, Hernán regresaba a la facultad. Quería buscar a sus compañeras, y contarles que había cumplido con la primera parte de su misión. En cambio, se encontró con una sorpresa. (Continúa)
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