EL PATRIARCADO NO EXISTE MÁS (RESEÑA DEL LIBRO DE ROXANA KREIMER)

 

El auge de los movimientos feministas en Argentina, particularmente a partir del estallido del movimiento Ni una menos en el 2015, puso de moda un término que antes sólo se manejaba dentro del reducido círculo académico y militante del feminismo: patriarcado. Muchas personas empezaron a usar esa palabra, sin saber lo que significa. Para muchos, funciona como una especie de sinónimo culto de machismo.

La realidad es que este término designa a una estructura social en la cual los hombres, concebidos como  una especie de clase/fratría, oprimen y subordinan a las mujeres. Difundido por el feminismo radical de los setenta, y masificado en los últimos tiempos, se convirtió en un término-comodín para explicar una amplia gama de fenómenos sociales: si hay mujeres asesinadas por sus parejas o exparejas….patriarcado; si hay hombres asesinados en riñas callejeras por otros hombres…patriarcado; si hay pocas mujeres en la Facultad de Ingeniería….patriarcado; si hay muchas mujeres en la Facultad de Humanidades…patriarcado.

También, para mucha gente, se transformó en un dogma: no sólo negar, sino incluso poner en duda la existencia del patriarcado, convertiría al escéptico en cómplice o avalador de todos los hechos de violencia contra las mujeres.  De esta manera,  muchas organizaciones feministas adquieren una retórica (y un accionar) similar al de las iglesias cuando sostienen que quien no cree en Dios no puede ser buena persona o tener valores morales. En este caso, quien no adhiera al análisis feminista radical  y a su concepto de patriarcado no puede ser solidario con las mujeres agredidas o discriminadas por motivos de género.  Esto se agravó en los últimos años con la grieta entre el feminismo radical transexcluyente (TERF, por sus acrónimo en inglés) y el feminismo queer. Para el primero, las mujeres son oprimidas por el patriarcado en virtud de su anatomía, y por lo tanto, sólo las mujeres genética y biológicamente conformadas como tales serían el sujeto político del feminismo. Para el segundo, el patriarcado oprime a las mujeres y a las “identidades disidentes” que incluyen a un amplio abanico de personas como transexuales, homosexuales de ambos sexos, intersexuales,  personas “no binarias”, etc. En este momento, en Argentina y en otros países ambos bandos están enfrascados en una feroz pelea por el acceso a los subsidios, los fondos públicos y los cargos en el Estado.

En este contexto, el libro de la Dra. Kreimer,  toma al patriarcado como una hipótesis falsable, y somete varios de sus presupuestos a la contrastación y la verificación empírica, para concluir que esa estructura no existe en los países occidentales.

En este punto, cabe hacer una aclaración que se repite varias veces a lo largo del libro: la autora no niega  la existencia de hechos de machismo y de discriminación sexista. Tampoco  niega la necesidad de enfrentarlos. Lo que cuestiona (y para eso se vale de estudios y estadísticas) es que todos estos tengan como víctimas a las mujeres y como perpetradores a los varones.  Esto debilita la hipótesis de que vivimos en sociedades patriarcales. La autora razona que si viviéramos en sociedades  planificadas para favorecer a los hombres en detrimento de las mujeres, los hombres no constituirían la mayor parte de los muertos en accidentes laborales, de las personas en situación de calle, de la población carcelaria y de los muertos en conflictos armados, hechos  que la autora considera probados y en cuyo respaldo exhibe abundante acopio documental.

En los primeros cuatro capítulos, tal vez los más polémicos, la Dra. Kreimer expone y cita una larga lista de estudios del campo de las neurociencias (Baron-Cohen, Lippa, Baumeister, Hines, etc) que evidenciarían diferencias promedio en los cerebros de hombres y mujeres, lo cual podría explicar las diferencias comportamentales y de intereses entre unos y otras, más allá de la socialización, hipótesis a la que adhieren excluyentemente la mayoría de las feministas. Con respecto a esto, hay que hacer varias aclaraciones:

1) La autora aclara que estos estudios no avalan ningún tipo de discriminación, ni justifican ningún tipo de tratamiento desigual. Son descriptivos, no prescriptivos. El principio ético y democrático de igualdad de oportunidades y trato es independiente de los resultados de cualquier estudio neurocientífico.

2) La autora remarca permanente mente que se trata de promedios estadísticos. Decir que en promedio la mayoría de las mujeres prefieren las actividades con personas y la mayoría de los hombres,  las actividades con objetos, no implica negar la existencia de las minorías estadísticas que tienen las preferencias típicas del sexo contrario.  

3) La autora no niega la influencia sociocultural. Las predisposiciones biológicas interactúan con la cultura. Las explicaciones biológico-evolutivas y las explicaciones socioculturales no se contradicen: se complementan.

4) Los estudios citados hablan de preferencias no de capacidades. Que a la mayoría de las mujeres les guste más las tareas sociales que las técnicas, no significa que sean incapaces de desarrollar estas últimas con igual  o mayor eficacia que un hombre, o que un hombre no pueda desarrollar las primeras con igual o mayor eficacia que una mujer.

En los capítulos V a VIII la autora somete a rigurosa contrastación empírica y chequeo  de datos a varios lugares comunes del discurso feminista: el “techo de cristal” (el mecanismo patriarca que dificultaría el ascenso de mujeres hasta las altas jerarquías de la política, el mundo profesional y los negocios), la brecha salarial (la difundida creencia de que las mujeres ganan menos que los hombres por el mismo trabajo) y la violencia de género (entendida como la violencia que padece una mujer por su mera condición de tal). También presenta estudios y estadísticas que parecen contradecir estas creencias arraigadas con fuerza de dogma en el feminismo y en buena parte de la sociedad.

Los capítulos IX y X, tratan acerca de la transexualidad y la homosexualidad, respectivamente. Mi impresión personal es que la autora es mucho más complaciente con el movimiento LGBT que con el feminismo. Acaso se deba a un sesgo particular o al temor de quedar asociada a antifeministas de derecha, como Laje o Márquez. A diferencia de estos, la autora no critica al feminismo desde una perspectiva conservadora.  Tanto en este libro como en varias de sus intervenciones públicas, la Dra. Kreimer se mostró favorable al derecho al aborto, el matrimonio igualitario y los cupos laborales para personas trans. De hecho, en estos capítulos refuta varias de las falacias homofóbicas vertidas por el dúo  Laje- Márquez en su opúsculo El libro negro de la nueva izquierda. Sin embargo, en el capítulo IX recupera el concepto de “disforia de género”, impugnando por casi todas las organizaciones LGBT por considerarlo “patologizante” de la identidad trans. También reconoce los problemas vinculados con la inclusión de mujeres trans en las categorías femeninas del deporte, donde las diferencias anatómicas podrían provocar una injusticia y se manifiesta contraria (o al menos desconfiada) con respecto al suministro de tratamientos hormonales a menores  de edad (pag.424). Pese a esto, omite mencionar que esta es la postura oficial de la mayoría de las organizaciones LGBT.

En los capítulos que siguen hace referencia al masculinismo, como movimiento político por la defensa de los derechos de los varones (dedica todo el capítulo XI  a analizarlo) y problematiza el tema de los estereotipos de género. El capítulo XIV lo dedica a lo que llama “la agenda pendiente del feminismo” ya que considera que la no existencia del patriarcado en Occidente no invalida automáticamente la lucha feminista, en cuanto lucha democrática y antidiscriminatoria. Enumera algunos puntos que considera que tendrían que estar en esta agenda: aumentar el número de guarderías gratuitas,  incrementar los días de licencia por maternidad o paternidad  y el derecho al aborto en los países en los que no está permitido (al momento de escribirse el libro aun no se había aprobado la ley de IVE en Argentina). El capítulo XVI lo dedica al tema de humor y las expresiones artísticas amenazadas por la corrección política y toca, muy tangencial y mínimamente, el tema de la prostitución. En lo personal, considero que la autora tiene una posición muy liberal sobre ese tema y deja afuera muchas variables, como la función de las mafias que manejan el proxenetismo. Pero claramente, es un tema que excede el contenido del libro, y que merece un tratamiento más exhaustivo.

En resumen, creo estar en condiciones de asegurar que el libro de Roxana Kreimer es una obra indispensable para entender muchos de los debates que se están desarrollando hoy con respecto a las cuestiones de género. Adhiramos o no  a las tesis de la autora, lo cierto es que esta nos ofrece un amplio compendio de bibliografía y material documental, procedente de distintas disciplinas (neurobiología, psicología, economía, estadística, sociología) que puede ser verificado y contrastado, confirmado y refutado.

En una época en la cual muchos debates sociales pretenden ser zanjados con un “tengo un amigo al que e pasó tal cosa” o un “cállate, no seas facho”, no es poco decir.



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